El periodista Adrián Pignatelli, quien además tiene una maestría en Historia, publicó una excelente relación de los que se consideran los primeros festejos patrios.
Cuenta Pignatelli que, recién en 1813 el gobierno de entonces decidió recordar a la Primera Junta de Gobierno y declarar “fiesta cívica” a la fecha.
Ya en 1811 había habido festejos cuando se inauguró la pirámide de mayo. La Junta Grande entendió que algo había que hacer para el primer aniversario y le encomendó al Cabildo que pusiese manos a la obra. Decidieron erigir una columna a la que le quedó forma de obelisco.
Pero, llegado el 25 de mayo, fue inaugurado a las apuradas, porque aún no le habían colocado los ornamentos y leyendas previstas, sobre las que no se ponían de acuerdo, aunque sí habían alcanzado a colocarle en la cúspide un globo decorativo. El día anterior habían comenzado las celebraciones. En los cuatro vértices del monumento fueron colocadas las banderas de los regimientos con asiento en la ciudad, y soldados de distintas unidades se turnaban para hacer guardia durante cuatro días, entre las 8 y las 20 horas. Por la noche, la pirámide y la plaza permanecieron iluminadas.
Con este antecedente, en la sesión del miércoles 5 de mayo de 1813 de la Asamblea General Constituyente se dispuso declarar al 25 de mayo como fiesta cívica. Se llamarían Fiestas Mayas.
El centro de todo fue la plaza, que hoy es la de Mayo. Por 1810 era un baldío sin ningún árbol, que era cruzada en todas direcciones por transeúntes, jinetes y carruajes.
En la ciudad vivían unos 45 mil habitantes, pero no se censó a los que vivían en los suburbios, y solo se hizo un cálculo aproximado de los que vivían en los rancheríos que se perdían en la pampa, que entonces estaba más próxima.
Ya el 24 por la mañana se convocó a los vecinos a la plaza y el verdugo procedió a quemar los instrumentos de tortura que por años se habían usado y que la Asamblea había dispuesto destruir. Así lo había resuelto en la sesión del 19 de mayo. Era preciso deshacerse de ellos antes del 25, para tener una fiesta sin los resabios de cuando éramos colonia española.
El 25 hubo que levantarse temprano. Desde la madrugada la gente se agolpó en la plaza para presenciar la salida del sol, que anunciaría el primer día del tercer año de la Revolución de Mayo. Un cañonazo anunció la aparición del primer rayo.
Luego del tedeum, (que se conserva como tradición, hasta hoy) todos fueron al recinto donde sesionaba desde el 31 de enero la Asamblea, con el propósito de rendirle homenaje.
A las cuatro de la tarde el Cabildo los funcionarios sortearon cuatro sumas de 300 pesos para los artesanos que no disponían de taller. Resultaron afortunados el carpintero José Ladino, el platero Hipólito Chacón, el herrero Restituto Quijano y el broncero Juan Acebedo; también sortearon ocho sumas de 100 pesos para familias de escasos recursos: Marta Petrona Chambo, Martina Gabo, Josefa Cuenca, Lorenza Quirós y Flores, Paula Ocampo, Petrona Lara, Antonia Acosta y Fernández y Juana Vázquez; cuatro dotes de 500 pesos para Rudecinda Melgarejo, Severina Lima, Ana Abalos y María Cipriana Linera, todas niñas huérfanas y desamparadas, y seis sumas -a determinar por sus amos- para la libertad de los esclavos Mariano Obarrios, Pedro José Celestino, Evaristo Sarratea, Martina Lizaur, Dolores Arroyo y Bartola Rosario.
Finalmente, las autoridades del gobierno, los diputados de la Asamblea, miembros del Cabildo y dignatarios eclesiásticos se dispusieron alrededor de la pirámide en una plaza donde, desde la madrugada, estaban esperando formadas las tropas de las distintas unidades militares. Todos, mezclados con los vecinos que colmaban el lugar, festejaban en medio de los repiques de las campanas de las iglesias, y hubo más disparos de fusiles y de cañones.
Los festejos duraron tres días. Se armaron bailes tanto de día como de noche, que se hicieron en plazas, en las calles y en casas particulares. Desde los balcones del cabildo y de la casa consistorial las orquestas no paraban de tocar.