El 30 de mayo de 1982, una misión conjunta de la Armada y la Fuerza Aérea desplegó seis aviones de combate, para golpear a la “Abeja Reina”.
Ése era el nombre en clave del portaaviones HMS “Invincible”, el buque insignia de la flota británica.
Cuentan los testigos de aquellos días, que el portaviones fue detectado el 27 de mayo, dos días después del ataque al Coventry y al Atlantic Conveyor. Lo había advertido el Radar Malvinas, que había identificado un avión que, en determinado punto, desaparecía del escáner. Elevaron un reporte a Comodoro Rivadavia, que luego se remitió a la base de Rio Grande. Esto desencadenó una serie de acontecimientos.
Habían pasado 55 días del inicio del conflicto bélico y 25 de la masacre del ARA General Belgrano. El Comando Naval había retirado a la flota argentina.
La operación se programó para tres días después de haberlo encontrado.
La misión, de altísimo riesgo, exigía que los pilotos de la Armada lanzaran el misil sin ser detectados por las fuerzas británicas. Posteriormente, con las alarmas de defensa del enemigo activadas, los pilotos de A4C debían sobrevolar el objetivo y lanzar sus bombas, enfrentándose a un peligro extremo. Quedaba un único proyectil Exocet y había que aprovecharlo bien.
La orden llegó a la base de Río Grande, el centro de operaciones del tándem avión-misil. El piloto Alejandro Francisco sería el encargado de disparar el misil subsónico de casi seis metros de largo con una ojiva de 170 kilos de explosivos.
Así, el 30 de mayo al mediodía, despegaron dos aviones Super Étendard de la Armada Argentina y cuatro A4C Skyhawk de Fuerza Aérea. En apoyo, también despegaron dos Hércules KC 130 se encargaron del reabastecimiento aéreo de combustible, crucial para que las aeronaves pudieran alcanzar su objetivo y regresar al continente.
El vuelo que ingresó por la popa del portaviones tomó por sorpresa a la tripulación del buque que, aun así, se defendió con todo lo que tenía logrando derribar a dos aviones de Fuera Aérea. Sin embargo, los pilotos sobrevivientes al ataque relataron que dos columnas de humo crecían desde la silueta del blanco, el elocuente signo del daño causado.
“Yo lo veía desde su popa y eran como dos bigotes negros a cada costado”, constató Gerardo Isaac.
No había dudas: el Exocet lastimó a la “Abeja Reina”. El Reino Unido jamás reconoció el ataque.